Los poemas que emergieron durante el Siglo de Oro Español no sólo representan un pico artístico notable, sino también una revolución en la expresión lírica que ha trascendido las barreras del tiempo. Este período, que se extiende desde finales del siglo XV hasta principios del XVII, no es solo notable por su riqueza y diversidad, sino que también simboliza un importante punto de inflexión en la historia cultural de España.
La poesía del Siglo de Oro es una amalgama de emociones, temas y estilos. Los poetas de esta época exploraron la belleza de la naturaleza, la complejidad del amor y del desamor, la espiritualidad y la introspección religiosa, así como las reflexiones existenciales sobre la vida y la muerte. Estas obras no se limitaban a reflexiones personales o filosóficas; también funcionaban como espejos que reflejaban las virtudes y vicios de su sociedad. Fue un medio a través del cual los poetas podían criticar, a menudo de manera velada, las estructuras sociales y políticas de su tiempo.
Entre los nombres más destacados de este período se encuentra Garcilaso de la Vega, que con su exquisita técnica y sensibilidad introdujo las formas y temas del Renacimiento italiano en la poesía española. Fray Luis de León, por otro lado, nos brindó un enfoque místico con su búsqueda de la belleza y la unidad espiritual en la naturaleza y en la relación del ser humano con lo divino. Francisco de Quevedo se destacó por su aguda ingeniosidad y dominio del conceptismo, una técnica literaria que se caracteriza por el ingenio y la concisión expresiva. Y por supuesto, San Juan de la Cruz, cuyos versos místicos y anhelantes reflejan una profunda experiencia espiritual que trasciende el lenguaje mismo.
La poesía de estos autores y de muchos otros de la época del Siglo de Oro no permanece estática en las páginas de los libros antiguos, sino que sigue viva, reinterpretable y tremendamente relevante. Su legado perdura porque abordan temas universales y aspectos de la condición humana que siguen siendo esenciales hoy en día. El estudio y la lectura de sus textos nos permiten no solo comprender mejor el pasado y la evolución de la lengua española, sino también encontrarnos con nuestras propias vidas y emociones reflejadas en la profundidad de su poesía.
1. A la mar, Francisco de Quevedo.
La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.
En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.
¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?
Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.
2. Glosa, de San Juan de la Cruz
Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía;
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: ¡No habrá quien alcance!
y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza del cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé solo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
3. Cuando me paro a contemplar mi vida, Fray Luis de León.
Cuando me paro a contemplar mi vida
Y echo los ojos con mi pensamiento
A ver los lasos miembros sin aliento
Y la robusta edad enflaquecida,
Y aquella juventud rica y florida
Cual llama de candela en presto viento,
Batida con tan recio movimiento
Que a pique estuvo ya de ser perdida,
Condeno de mi vida la tibieza
Y el grande desconcierto en que he andado
Que a tal peligro puesto me tuvieron.
Y con velocidad y ligereza
Determino de huir de aqueste estado
Do mis continuas culpas me pusieron.
4. A una partida, Garcilaso de la Vega
Acaso supo, a mi ver,
y por acierto quereros
quien tal yerro fue a hacer
como partirse de veros
donde os dejase de ver,
Imposible es que este tal
pensando que os conocía,
supiese lo que hacía
cuando su bien y su mal
junto os entregó en un día.
Acertó acaso a hacer
lo que si por conoceros
hiciera, no podía ser:
partirse y, con solo veros,
dejaros siempre de ver.
5.Con la estafeta pasada, de Luis de Góngora y Argote
Con la estafeta pasada
me dio aviso un gentilombre
de que asombraís con mi nombre
y que mataís con mi espada;
Vivís, señora, engañada;
que el amor que os he propuesto
no es hijo de Marte en esto;
antes es de él tan distinto,
que si me hablaís en el quinto
no os he de hablar en el sexto
6. Hermosura, de Pedro Calderón de la Barca
Viendo estoy mi beldad hermosa y pura;
ni al rey envidio, ni sus triunfos quiero,
pues más imperio ilustre considero
que es el que mi belleza me asegura.
Porque si el rey avasallar procura
las vidas, yo, las almas, luego infiero
con causa que mi imperio es el primero,
pues que reina en las almas la hermosura.
Pequeño mundo la filosofía
llamó la hombre; sin en él mi imperio fundo,
como el cielo lo tiene, como el suelo,
bien puede presumir la deidad mía
que al que al hombre llamó pequeño mundo,
llamará a la mujer pequeño cielo.
7. Yo toda me entregué y dí de Santa Teresa de Jesús
Ya toda me entregué y dí,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedó rendida;
y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.
8. Al mar desierto en el profundo estrecho de Fernando de Herrera
Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas, con mi nave
desnuda tras el canto voy suäve,
que forçado me lleva a mi despecho.
Temerario deseo, incauto pecho,
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro m’ entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.
Veo los uesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;
y crecer de las ondas el bramido.
Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.
9. A Cristo de Baltasar del Alcázar
Cansado estoy de haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa ausencia.
Mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de arrepentido?
Pero, Señor, en pecho tan rendido
algo descubrirás de suficiencia
que te obligue a curar como dolencia
mi obstinación y yerro cometido.
Tuya es mi conversión y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza y tuyo el medio
de conocerme yo y de conocerte.
Aplícale a mi mal, por quien Tú eres,
aquel eficasísimo remedio
compuesto de tu sangre, vida y muerte.
10. Estos los sauces son y ésta la fuente de Lope de Vega
Estos los sauces son y ésta la fuente,
los montes éstos y ésta la ribera
done vi de mi sol la vez primera
los bellos ojos, la serena frente.
Éste es el río humilde y la corriente,
y ésta la cuarta y verde primavera
que esmalta alegre el campo y reverbera
en el dorado Toro el sol ardiente.
Árboles, ya mudó su fe constante,
Mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
entonces monte le dejé sin duda.
Luego no será justo que me espante,
que mude parecer el pecho humano,
pasando el tiempo que los montes muda.