Los mejores poemas de amor según el diario ABC (España)

Toda lista de poemas o de cualquier otro género, implica un punto de vista subjetivo.  En el siguiente recopilatorio, se presentan lo que a criterio del diario ABC de España son considerados los poemas imprescindibles en lengua española. A leer y disfrutar.

Garcilaso de la Vega

Soneto V-

Escrito está en mi alma vuestro gesto…

Escrito está en mi alma vuestro gesto

y cuanto yo escribir de vos deseo;

vos sola lo escribistes, yo lo leo

tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;

por vos nací, por vos tengo la vida,

por vos he de morir y por vos muero.

 Santa Teresa.

Aquellas palabras.

Ya toda me entregué y di

y de tal suerte he trocado,

que es mi amado para mí,

y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída.

Y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado

que es mi amado para mí,

y yo soy para mi amado.

Hirióme con una flecha

enherbolada de amor,

y mi alma quedo hecha

una con su Criador,

ya no quiero otro amor

pues a mi Dios me he entregado,

y mi amado es para mi,

y yo soy para mi amado.

Lope de Vega

No sabe qué es amor quien no te ama…

No sabe qué es amor quien no te ama,

celestial hermosura, esposo bello,

tu cabeza es de oro, y tu cabello

como el cogollo que la palma enrama.

Tu boca como lirio, que derrama

licor al alba, de marfil tu cuello;

tu mano en torno y en su palma el sello

que el alma por disfraz jacintos llama.

¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando

tanta belleza y las mortales viendo,

perdí lo que pudiera estar gozando?

Mas si del tiempo que perdí me ofendo,

tal prisa me daré, que aun hora amando

venza los años que pasé fingiendo.

Francisco de Quevedo

Amor postrero más allá de la muerte.

Cerrar podrá mis ojos la postrera

Sombra que me llevare el blanco día,

Y podrá desatar esta alma mía

Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera

Dejará la memoria, en donde ardía:

Nadar sabe mi llama el agua fría,

Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,

Venas, que humor a tanto fuego han dado,

Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;

Serán ceniza, mas tendrá sentido;

Polvo serán, mas polvo enamorado.

Pedro Salinas

Serás, amor…

¿Serás, amor

un largo adiós que no se acaba?

Vivir, desde el principio, es separarse.

En el mismo encuentro

con la luz, con los labios,

el corazón percibe la congoja

de tener que estar ciego y sólo un día.

Amor es el retraso milagroso

de su término mismo:

es prolongar el hecho mágico

de que uno y uno sean dos, en contra

de la primer condena de la vida.

Con los besos,

con la pena y el pecho se conquistan,

en afanosas lides, entre gozos

parecidos a juegos,

días, tierras, espacios fabulosos,

a la gran disyunción que está esperando,

hermana de la muerte o muerte misma.

Cada beso perfecto aparta el tiempo,

le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve

donde puede besarse todavía.

Ni en el lugar, ni en el hallazgo

tiene el amor su cima:

es en la resistencia a separarse

en donde se le siente,

desnudo altísimo, temblando.

Y la separación no es el momento

cuando brazos, o voces,

se despiden con señas materiales.

Es de antes, de después.

Si se estrechan las manos, si se abraza,

nunca es para apartarse,

es porque el alma ciegamente siente

que la forma posible de estar juntos

es una despedida larga, clara

y que lo más seguro es el adiós.

Pablo Neruda

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos

árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis

brazos,

mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Miguel Hernández

Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos

de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.

Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos,

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

Pablo Milanés

Yolanda

Esto no puede ser no mas que una cancion

quisiera fuera una declaracion de amor

romantica sin reparar en formas tales

que ponga freno a lo que siento ahora a raudales

te amo

te amo

eternamente te amo

si me faltaras no voy a morirme

si he de morir quiero que sea contigo

mi soledad se siente acompañada

por eso a veces se que necesito

tu mano

tu mano

eternamente tu mano

cuando te vi sabia que era cierto

este temor de hallarme descubierto

tu me desnudas con siete razones

me abres el pecho siempre que me colmas

de amores

de amores

eternamente de amores

si alguna vez me siento derrotado

renuncio a ver el sol cada mañana

rezando el credo que me has enseñado

miro tu cara y digo en la ventana

Yolanda

Yolanda

eternamente yolanda

Yolanda

eternamente Yolanda

eternamente Yolanda

Jorge Luis Borges

Una despedida

Tarde que socavó nuestro adiós.

Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un

ángel oscuro.

Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda

intimidad de los besos.

El tiempo inevitable se desbordaba sobre el abrazo inútil.

Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros

sino para la soledad ya inmediata.

Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.

Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra

que ya el lucero alivia.

Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de

tu abrazo.

como quien vuelve de un país de espadas yo volví

de tus lágrimas.

Tarde que dura vívida como un sueño

entre las otras tardes.

Después yo fui alcanzando y rebasando

noches y singladuras.

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