Biografía corta de Octavio Paz

Octavio Irineo Paz Lozano ​ (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914-Ib., 19 de abril de 1998) fue un poeta, ensayista y diplomático mexicano, Premio Nobel de Literatura en 1990. Se le considera uno de los más influyentes escritores del siglo XX y uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos.​ Su extensa obra abarcó géneros diversos, entre los que sobresalieron poemas, ensayos y traducciones.

Paz fue introducido a la literatura a una edad temprana gracias a la biblioteca de su abuelo. Hijo y nieto de periodistas políticos, siguió la tradición familiar y se convirtió en escritor, publicando su primer volumen de poesía, Luna silvestre, en 1933. Paz también fue un hábil editor y ayudó a fundar una revista literaria llamada Taller en 1938. Entró en el servicio diplomático en 1945 y más tarde fue nombrado Embajador de México en la India, posición que ocupó de 1962 a 1968. Paz renunció en protesta por el manejo del gobierno mexicano de manifestaciones estudiantiles durante los Juegos Olímpicos

Maestro tanto en la poesía como en la prosa, Paz  desarrolló ambos géneros durante toda su vida. Poesía como «Piedra de sol (1957), y las obras críticas y analíticas, como El Laberinto de la soledad (1950), consolidaron su reputación de maestro del lenguaje y de intelecto agudo. Produjo más de 30 libros y colecciones de poesía en su vida. Paz recibió numerosos premios por su trabajo, incluyendo el Premio Nobel de Literatura en 1990. Murió el 19 de abril de 1998, en la Ciudad de México, México.

El laberinto de la soledad de Octavio Paz

El laberinto de la soledad es un libro publicado en 1950 por el escritor mexicano Octavio Paz (ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990). Es el reflejo de las preocupaciones de su autor en torno al mexicano, su psicología y su moralidad. En esta obra, busca cuáles son los orígenes y las causas del comportamiento del mexicano tanto individualmente como en lo colectivo, así como su forma de afrontar y desafiar al mundo; búsqueda que desemboca en el inconsciente como origen y causa de su conducta. El propósito de esta obra es encontrar una identidad para los mexicanos; el argumento central del autor es que los acontecimientos históricos tienen una influencia significativa en los sentimientos de pesimismo e impotencia que predominan en la mentalidad mexicana.

El filósofo Alejandro Rossi destaca la importancia de esta magna obra al decir «es un libro que ya ha entrado en la imaginación colectiva de los lectores. Se trata así de una obra viva, no estamos celebrando un papiro polvoriento, sino un libro que incita a la discusión, a la adhesión y a la crítica.

Estructura de la obra:

El libro está dividido en nueve ensayos:

«El pachuco y otros extremos»
«Máscaras mexicanas»
«Todos santos, día de muertos»
«Los hijos de la Malinche»
«Conquista y Colonia»
«De la Independencia a la Revolución»
«La inteligencia mexicana»
«Nuestros días»
«Apéndice. La dialéctica de la soledad»

Ensayos cortos de Gabriel García Marquez

«Gabo», aparte de gran novelista, escribió artículos que han aparecido en varios periódicos.

La vocación sin don y el don sin vocación

Georges Bernanos, escritor católico francés, dijo: “Toda vocación es un llamado”. El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como “la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección”. Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La aptitud, según el mismo diccionario, es “la habilidad y facilidad y modo para hacer alguna cosa”. Dos siglos y medio después, el Diccionario de la Real Academia conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor.

Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque no les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales.

Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de pintores que sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica y un poder de superación para toda la vida.

Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contaran el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo -base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio.

Ilusiones para el Siglo XXI

Gabriel García Márquez pronunció este discurso el 8 de marzo de 1999, en la sesión inaugural del foro América Latina y el Caribe frente al Nuevo Milenio,llevado a cabo en París.
El escritor italiano Giovanni Papini enfureció a nuestros abuelos en los años cuarentacon una frase envenenada: «América está hecha con los desperdicios de Europa». Hoyno sólo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo más triste: que laculpa es nuestra.Simón Bolívar lo había previsto, y quiso crearnos la conciencia de una identidad propia en una línea genial de su Carta de Jamaica: «Somos un pequeño génerohumano».Soñaba, y así lo dijo, con que fuéramos la patria más grande, más poderosa y unida dela tierra. Al final de sus días, mortificado por una deuda de los ingleses que todavía no acabamos de pagar, y atormentado por los franceses que trataban de venderle los últimos trastos de su revolución, le suplicó exasperado: «Déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media».Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado que nos encontró por casualidad cuando andaba buscando las Indias.Hasta hace pocos años era más fácil conocernos entre nosotros desde el Barrio Latinode París que desde cualquiera de nuestros países. En los cafetines de Saint Germain dePrés intercambiábamos serenatas de Chapultepec por ventarrones de Comodoro Rivadavia, caldillos de congrio de Pablo Neruda por atardeceres del Caribe, añoranzas de un mundo idílico y remoto donde habíamos nacido sin preguntarnos siquiera quiénes éramos. Hoy, ya lo vemos, nadie se ha sorprendido de que hayamos tenido que atravesar el vasto Atlántico para encontrarnos en París con nosotros mismos.A ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos descomunales. Recuerden que las cosas de este mundo,desde los transplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven estuvieron en lamente de sus creadores antes de estar en la realidad. No esperen nada de siglo XXI,que es el siglo XXI el que los espera todo de ustedes.Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo

El mejor oficio del mundo.

Palabras pronunciadas ante la 52 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) EEUU. 1996

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años —siendo el peor estudiante de derecho— empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino ciencias de la comunicación o comunicación social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma —sobre todo si es oficial— y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aún a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno solo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que el casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite —como un loro digital— pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de comunicación social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica —reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras— bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado —que escasas veces puede ser de más de una semana—, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnífico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

 

¿Para qué sirve un ensayo?

El Diccionario de la Real Academia Española define el ensayo como «escrito, generalmente breve, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma materia»

En la práctica, se ha utilizado el término ensayo como un escrito personal que argumenta sobre un tema, con la finalidad de convencer al lector de las ideas transmitidas.

El autor José Luis Gómez-Martínez en su obra «Teoría del ensayo» afirma que se trata de un género en donde el autor se confiesa, enfatizando su carácter subjetivo de esa manera.

De esta forma, podemos decir que un ensayo sirve para plasmar una idea propia, a través de argumentos

De una forma, detallada, el ensayo sirve para los siguientes puntos:

  • Expresar un pensamiento personal
  • La construcción lógica de un argumento que gira en torno a un tema
  • Poder demostrar la validez o no de una preposición desarrollada
  • Al realizar todo el proceso anterior, el ensayo serviría también para generar un impacto en el lector.

Para saber más, se recomienda la lectura del artículo sobre en el concepto y las características de un ensayo.

Fuente:

José Luis Gómez-Martínez. Teoría del Ensayo.

Diccionario de la RAE

¿Es correcto utilizar el verbo «recepcionar» La RAE lo explica

El verbo recepcionar  ha sido utilizado en épocas recientes, como sinónimo de «recibir». Sin embargo, la definición del diccionario oficial es distinta.

El DRAE (Diccionario de la Real academia española) lo recoge en la 23.º edición con el sentido de recibir las ondas de radio, en Argentina, Nicaragua, Perú y Uruguay.

Recepcionar es recibir con «actitud pasiva» y aceptación

Veamos el siguiente ejemplo: «Esta mañana fui a la sede adminsitrativa, entregué el documento, espero que lo hayan recepcionado»
El académico y antiguo director de la RAE, Fernando Lázaro Carreter, explica que «considerar recepcionar inútil no es seguro porque no se trata solo de recibir algo, sino también de mostrar conformidad con lo recibido».

Carreter, aún así, lo considera innecesario y afirma que se puede dar ese significado al vocablo «receptar»
Por otra parte, El Diccionario panhispánico de dudas (DPD)  lo considera incorrecto, y  señala  al respecto que «se trata de un neologismo superfluo, pues no añade novedades con respecto al verbo tradicional recibir»;

El Corpus Diacrónico del Español (CORDE) (texto complejo de todas las épocas y lugares en que se habló español) registra el uso de recepcionar, en la siguiente oración:

Entretanto, invisibles caravanas de camiones-cisternas, repletos de lo mejor que da la uva, se recepcionaban en la inexistente alhóndiga municipal de la Noble y Leal Villa de Alquiza (Linazasoro, Iñaki: La otra Guipúzcoa).

Definiciones en los diccionarios no oficiales

Diccionario del español actual,  es  ‘recibir’
Pequeño Larousse Ilustrado: ‘Recibir mercancías y verificar su estado’.
Diccionario Clave: ‘Asumir la gestión o la realización de un determinado servicio’ (aparte de ‘recibir’).
Salamanca: ‘ARG., URUG. Recibir ‹un aparato› [las ondas de radio o de televisión]’.
Diccionario de americanismos (Academias de la Lengua): I. […] Recibir un aparato de radio o televisión las ondas de transmisión. II. […] En una compañía, dar entrada a algo, verificando que la cantidad, calidad y demás características se corresponden con lo que se pidió originalmente.
Diccionario del español actual : ‘Aceptar [algo que se recibe, esp. una obra o construcción]’
Diccionario de usos y dudas del español actual, de Souza, sigue el criterio del DPD

 

Fuente: RAE. Wikilengua.

 

¿Existe una ley que indique que el idioma español es oficial en México?

No existe ninguna ley en concreta o  un artículo constitucional que determine alguna lengua como la oficial en México. Sin embargo, el artículo 4° de la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas declara el español, al igual que otras lenguas indígenas, como lengua nacional.

Dicho artículo, expresa:  Las lenguas indígenas que se reconozcan en los términos de la presente Ley y el español son lenguas nacionales por su origen histórico, y tienen la misma validez en su territorio, localización y contexto en que se hablen.

 

Principales novedades de la nueva ortografía de la RAE en PDF

En palabras de la RAE:  La Ortografía de la lengua española (2010), última publicada y la más completa de las ortografías académicas, tiene como objetivo describir el sistema ortográfico de la lengua española y realizar una exposición pormenorizada de las normas que rigen hoy la correcta escritura del español.

En internet encontraremos muchos manuales de ortografía, libros que tratan la acentuación, el uso de mayúsculas, la puntuación y más. Sin embargo, hay que verificar bien si dichos materiales están actualizados a las últimas normas de ortografía oficial.

Aquí, presentamos el material que repasa las novedades de la última edición del manual de ortografía.

Puedes descargar el archivo PDF en el siguiente enlace:

  1. Sitio web RAE: Principales novedades de la nueva Ortografía. 2010
  2. DROPBOX: Principales novedades de la nueva Ortografía. 2010

¿Cuáles son los principales cambios?

Los temas ortográficos que han sido objeto de revisión, abarca los siguientes campos:

1. Exclusión de los dígrafos ch y ll del abecedario.
2. Propuesta de un solo nombre para cada una de las letras del abecedario.
3. Sustitución, por grafías propias del español, de la «q» en extranjerismos y latinismos.
4. Eliminación de la tilde en palabras con diptongos o triptongos ortográficos.
5. Eliminación de la tilde diacrítica en el adverbio «solo» y los pronombres demostrativos.
6. Supresión de la tilde diacrítica en la conjunción disyuntiva o escrita entre cifras.
7. Normas concretas sobre la escritura de los prefijos.
8. Equiparación ortográfica de extranjerismos y latinismos.

Ensayo «La rebelión de las masas » en PDF. José Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset publicó en 1939, en la colección Austral, este ensayo filosófico que obtuvo una gran repercusión internacional en su día y sigue siendo en la actualidad una de las obras clave del pensamiento orteguiano.

A continuación, puedes descargar el archivo en PDF en cualquiera de los siguientes enlaces:

  1. La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. PDF

2. La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. PDF

¿Qué podemos encontrar en este ensayo?

Reproducimos al respecto aquí un fragmento de lo que opina el escritor Mario Vargas Llosa,  publicada en  el periódico El País (España):

«Con buen olfato, Ortega señala que uno de los efectos, en el campo de la cultura, de esta irrupción de las masas en la vida política y social será elabaratamiento y la vulgarización; en otras palabras, la sustitución del producto artístico genuino por su caricatura o versión estereotipada y mecánica, y por una marejada de mal gusto, chabacanería y estupidez. Ortega era elitista en lo relativo a la cultura, pero este elitismo no estaba reñido con sus convicciones democráticas, pues concernía a la creación de productos culturales y a su colocación en una exigente tabla de valores; en lo que se refiere a la difusión y consumo de los productos culturales su postura era universalista y democrática: la cultura debía de estar al alcance de todo el mundo.

Seguidamente, Vargas Llosa expresa sobre el insigne ensayista: «Simplemente, Ortega entendía que los patrones estéticos e intelectuales de la vida cultural debían fijarlos los grandes artistas y los mejores pensadores, aquellos que habían renovado la tradición y sentado los nuevos modelos y formas, introduciendo una nueva manera de entender la vida y su representación artística. Y que, si no era así, y los referentes estéticos e intelectuales para el conjunto de la sociedad los establecía el gusto promedio de la masa -el hombre vulgar-, el resultado sería un empobrecimiento brutal de la vida cultural y poco menos que la asfixia de la creatividad. El elitismo cultural de Ortega es inseparable de su cosmopolitismo, de su convicción de que la verdadera cultura no tiene fronteras regionales y menos nacionales, sino que es un patrimonio universal. Por eso, su pensamiento es profundamente antinacionalista»

Poema del día: Cuerpo de mujer, blancas colinas (Neruda)

Poema I (20 poemas de amor y una canción desesperada)

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

Uso de hubiese y hubiera

¿Cuándo se usa hubiera y cuándo hubiese?

La forma verbal terminada en -se (hubiese) es un alomorfo (variante formal) de la forma terminada en –ra (hubiera). Ambos pertenecen a la conjugación del Pretérito imperfecto del modo subjuntivo.

Suelen ser intercambiables en la mayoría de los casos:

Ejemplos:  No sabía que Ricardo hubiese ganado el torneo o

No sabía que Ricardo hubiera ganado el torneo.

La alternancia entre las formas hubiera dicho y hubiese dicho está permitida. Es decir, es gramaticalmente correcta.

La importancia del contexto. Español americano y europeo

En algunos casos, atendiendo al contexto, es preferible una forma antes que la otra

Ejemplo:  En el español americano se tiene preferencia por la forma hubiera dicho.Los usos de la forma hubiese dicho se encuentran principalmente en el lenguaje literario.

En el español europeo, en cambio, existe alternancia libre entre las dos formas; también predomina hubiera dicho, pero en menor proporción que en América.

Las formas en hubiese se consideran cultas en la lengua oral del español americano: algunos hablantes de nivel sociocultural medio y bajo prefieren el uso de estas formas porque les da prestigio.

En la pronunciación del español en Europa, sin embargo, dichos matices no se perciben y se prefiere utilizar hubiera dicho. Es frecuente, sí, el uso  hubiese cantado en lengua escrita pero en un porcentaje mucho menor a la otra forma.

Fuente: Academia Mexicana de la Lengua