Títulos para un ensayo sobre el destino

A continuación, proponemos una lista de posibles nombres para un ensayo que trate sobre el tema del destino. Recordemos que el ensayo es un género literario y argumentado sobre un tema. Lo importante es que el autor del mismo sepa transmitir su pensamiento de manera original y concisa.

Títulos o nombres para un ensayo sobre el tema del destino

  • El destino como un «dios misterioso» que todo lo ordena
  • Reflexión sobre el destino.¿ Podemos escapar del mismo?
  • El destino en la concepción moderna
  • Creer en el destino no es lo mismo que creer en Dios
  • Dios no es hacedor de «destinos»
  • ¿Es el destino un eterno laberinto del que no podemos escapar?
  • El destino no rige tu vida.
  • El destino como fuerza inevitable que gobierna la existencia
  • El destino. Análisis de los argumentos a favor y en contra de su existencia
  • El destino como conjunto de circunstancias misteriosas
  • EL amor y el destino
  • El destino es un ordenador que rige en forma invisible nuestras vidas
  • El destino no es fatal. Es necesario
  • El destino de cada uno ya está escrito
  • El destino no se acepta, se elige
  • El hombre como amo y señor de su destino
  • El destino es el resultado de una elección cotidiana
  • El destino es la meta de las pequeñas decisiones
  • El destino como un conjunto de etapas en la vida de una persona
  • El destino como un camino incierto e inevitable
  • El destino como un camino irreversible
  • La búsqueda del destino es la misma búsqueda de la realización personal
  • El destino y la voluntad del ser humano
  • El destino en la concepción filosofica
  • El destino y nuestro libre albedrío
  • Si el destino existe, entonces no existe la responsabilidad

Biografía corta de José Martí

El poeta y periodista José Martí pasó su corta vida luchando por la independencia de Cuba.
A veces llamado el Apóstol de la Revolución Cubana, José Martí nació en La Habana en 1853. Mostró talento para la escritura y la política revolucionaria a una edad temprana. La famosa canción patriótica «Guantanamera» es una adaptación de su colección de poesía Versos Sencillos y ganó mayor popularidad en 1963 cuando fue grabada por el cantante folk Pete Seeger. Primero exiliado de Cuba en 1871, Martí pasó la mayor parte de su vida en el extranjero. En 1895, regresó a Cuba para luchar por su independencia y murió en el campo de batalla.

Un revolucionario de nacimiento
José Martí nació de padres inmigrantes españoles pobres en La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1853. Demostrando habilidades artísticas naturales desde una edad temprana, originalmente realizó estudios de pintura antes de dedicar sus energías a la escritura. Para cuando tenía 16 años, su poesía y otros trabajos aparecían impresos.

Al mismo tiempo que estaba desarrollando sus talentos literarios, Martí también estaba formando su conciencia política. Le apasionaban los crecientes esfuerzos revolucionarios por liberar a Cuba de España, conocida como la Guerra de los Diez Años, y pronto dedicó sus habilidades como escritor a promover la causa. Con ese fin, en 1869 Martí creó el periódico La Patria Libre, en el que publicó varios poemas significativos, incluido el dramático «Abdala», en el que describió la liberación de un país imaginario.

En el exilio
Ese mismo año, las críticas de Martí al gobierno español llevaron a su arresto. Inicialmente fue condenado a seis años de trabajos forzados, pero en 1871 fue liberado y deportado a España. Allí Martí publicó el folleto Encarcelamiento político en Cuba, describiendo el duro trato que había recibido en la cárcel. Mientras publicaba sus escritos políticos, también amplió su educación, estudiando derecho en la Universidad Central de Madrid y más tarde en la Universidad de Zaragoza, donde completó su licenciatura en 1874.

En 1875, Martí se mudó a México, donde continuó su campaña por la independencia de Cuba. Contribuyó a varios periódicos allí y se involucró en la comunidad artística de la Ciudad de México. Pero pronto se desilusionó con el gobierno del país y se mudó a Guatemala en 1877. Martí se convirtió en profesor en la Universidad Nacional, donde enseñó literatura, historia y filosofía. También se casó con Carmen Zayas Bazán.

Nuestra América
Cuando la Guerra de los Diez Años terminó con una amnistía general en 1878, Martí y Carmen regresaron a Cuba, donde tuvieron un hijo, José, ese noviembre. Inicialmente, Martí intentó ejercer la abogacía, pero el gobierno no lo permitió y se vio obligado a buscar trabajo como maestro. Sin embargo, al año siguiente, después de que los agricultores, los esclavos y otros chocaron con las tropas españolas en Santiago de Cuba, Martí fue arrestado y acusado de conspiración, lo que obligó una vez más al escritor revolucionario a abandonar su patria.

Después de andanzas que incluyeron estadías en Francia y Venezuela, para 1881, Martí se había establecido en la ciudad de Nueva York, donde escribió en inglés y español para varios periódicos, incluida una columna regular para La Nación en Buenos Aires. Abordando una variedad de temas, Martí fue tan hábil en los comentarios sociales y políticos como lo fue en la crítica literaria. Escribió ensayos bien recibidos sobre poetas como Walt Whitman, y compartió sus impresiones de los Estados Unidos como corresponsal. En uno de sus ensayos más famosos, «Nuestra América» ​​(1881), hizo un llamamiento para que los países de América Latina se unan. También sugirió que estos países aprendan de los Estados Unidos, pero establezcan gobiernos basados ​​en sus propias culturas y necesidades. También continuó escribiendo y publicando poesía durante este tiempo, incluidas las colecciones Ismaelillo (1882) y Versos Sencillos (1891).

Además de escribir, Martí trabajó como diplomático para varias naciones latinoamericanas, sirviendo como cónsul para Uruguay, Paraguay y Argentina. Sin embargo, nunca se olvidó de Cuba durante su tiempo en el extranjero. Viajando por los Estados Unidos, Martí desarrolló lazos con otros cubanos que viven en el exilio.

El patriota
En 1892, Martí se convirtió en delegado del Partido Revolucionario Cubano y comenzó a desarrollar planes para invadir su patria. Entre sus ideas para un nuevo gobierno cubano, Martí procuró evitar que una clase o grupo tomara el control total del país. También quería derrocar al liderazgo existente rápidamente, para evitar que Estados Unidos interviniera en el asunto. Si bien admiraba mucho de Estados Unidos, a Martí le preocupaba que el vecino del norte de Cuba tratara de apoderarse de la isla.

Martí pronto unió fuerzas con dos generales nacionalistas de la Guerra de los Diez Años, Máximo Gómez y Antonio Maceo, y recaudó fondos de exiliados cubanos y organizaciones políticas para apoyar sus esfuerzos. El 31 de enero de 1895, Martí salió de la ciudad de Nueva York para dirigirse a Cuba, donde él y sus partidarios llegaron el 11 de abril para comenzar su lucha. Martí fue asesinado a tiros por las tropas españolas en Dos Ríos el 19 de mayo.

A través de su vida y sus escritos, Martí sirvió de inspiración para los revolucionarios de todo el mundo. El líder cubano Fidel Castro lo ha nombrado como una influencia importante en su propia revolución en Cuba décadas más tarde. Martí ahora es considerado un héroe nacional en Cuba y es honrado por una estatua conmemorativa en la Plaza de la Revolución en La Habana, así como por el aeropuerto internacional que lleva su nombre. La popular canción patriótica popular «Guantanamera» presenta letras adaptadas de sus Versos Sencillos y más tarde se hizo famosa cuando fue grabada por el cantante estadounidense Pete Seeger

Ensayo Verdad y Vida de Miguel de Unamuno

VERDAD Y VIDA

Uno de los que leyeron aquella mi correspondencia aquí publicada, a la que titulé Mi religión, me escribe rogándome aclare o amplíe aquella fórmula que allí empleé de que debe buscarse la verdad en la vida y la vida en la verdad. Voy a complacerle procediendo por partes.

Primero la verdad en la vida.

Ha sido mi convicción de siempre, más arraigada y más corroborada en mí cuanto más tiempo pasa, la de que la suprema virtud de un hombre debe ser la sinceridad. El vicio más feo es la mentira, y sus derivaciones y disfraces, la hipocresía y la exageración. Preferiría el cínico al hipócrita, si es que aquél no fuese algo de éste.

Abrigo la profunda creencia de que si todos dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la Tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy no nos entendemos. Si todos, pudiendo asomarnos al brocal de las conciencias ajenas, nos viéramos desnudas las almas, nuestras rencillas y reconcomios todos fundiríanse en una inmensa piedad mutua. Veríamos las negruras del que tenemos por santo, pero también las blancuras de aquel a quien estimamos un malvado.

Y no basta no mentir, como el octavo mandamiento de la ley de Dios nos ordena, sino que es preciso, además, decir la verdad, lo cual no es del todo lo mismo. Pues el progreso de la vida espiritual consiste en pasar de los preceptos negativos a los positivos. El que no mata, ni fornica, ni hurta, ni miente, posee una honradez puramente negativa y no por ello va camino de santo. No basta no matar, es preciso acrecentar y mejorar las vidas ajenas; no basta no fornicar, sino que hay que irradiar pureza de sentimiento; ni basta no hurtar, debiéndose acrecentar y mejorar el bienestar y la fortuna pública y las de los demás; ni tampoco basta no mentir, sino decir la verdad.

Hay ahora otra cosa que observar—y con esto a la vez contesto a maliciosas insinuaciones de algún otro espontáneo y para mí desconocido corresponsal de esos pagos—, y es que como hay muchas, muchísimas más verdades por decir que tiempo y ocasiones para decirlas, no podemos entregarnos a decir aquellas que tales o cuales sujetos quisieran dijésemos, sino aquellas otras que nosotros juzgamos de más momento o de mejor ocasión. Y es que siempre que alguien nos arguye diciéndonos por qué no proclamamos tales o cuales verdades, podemos contestarle que si así como él quiere hiciéramos, no podríamos proclamar tales otras que proclamamos. Y no pocas veces ocurre también que lo que ellos tienen por verdad y suponen que nosotros por tal la tenemos también, no es así.

Y he de decir aquí, por vía de paréntesis, a ese malicioso corresponsal, que si bien no estimo poeta al escritor a quien él quiere que fustigue nombrándole, tampoco tengo por tal al otro que él admira y supone, equivocándose, que yo debo admirar. Porque si el uno no hace sino revestir con una forma abigarrada y un traje lleno de perendengues y flecos y alamares un maniquí sin vida, el otro dice, sí, algunas veces cosas sustanciosas y de brío —entre muchas patochadas— pero cosas poco o nada poéticas, y, sobre todo, las dice de un modo deplorable, en parte por el empeño de sujetarlas a rima, que se le resiste. Y de esto le hablaré más por extenso en una correspondencia que titularé: Ni lo uno ni lo otro.

Y volviendo a mi tema presente, como creo haber dicho lo bastante sobre lo de buscar la verdad en la vida, paso a lo otro, de buscar la vida en la verdad.

Y es que hay verdades muertas y verdades vivas, o mejor dicho: puesto que la verdad no puede morir ni estar muerta, hay quienes reciben ciertas verdades como cosa muerta, puramente teórica y que en nada les vivifica el espíritu.

Kierkegaard dividía las verdades en esenciales y accidentales, y los pragmatistas modernos, a cuya cabeza va Guillermo James, juzgan de una verdad o principio científico según sus consecuencias prácticas. Y así, a uno que dice creer haya habitantes en Saturno, le preguntan cuál de las cosas que ahora hace no haría o cuál de las que no hace haría en caso de no creer que haya habitantes en tal planeta, o en qué se modificaría su conducta si cambiase de opinión a tal respecto. Y si contesta que en nada, le replican que ni eso es creer cosa alguna ni nada que se le parezca.

Pero este criterio así tomado —y debo confesar que no lo toman así, tan toscamente, los sumos de la escuela— es de una estrechez inaceptable. El culto a la verdad por la verdad misma es uno de los ejercicios que más eleva el espíritu y lo fortifica.

En la mayoría de los eruditos, que suele ser gente mezquina y envidiosa, la rebusca de pequeñas verdades, el esfuerzo por rectificar una fecha o un nombre, no pasa de ser o un deporte o una monomanía o un puntillo de pequeña vanidad; pero en un hombre de alma elevada y serena, y en los eruditos de erudición que podría llamarse religiosa, tales rebuscas implican un culto a la verdad. Pues le que no se acostumbra a respetarla en lo pequeño, jamás llegará a respetarla en lo grande. Aparte de que no siempre sabemos qué es lo grande y qué lo pequeño, ni el alcance de las consecuencias que pueden derivarse de algo que estimemos, no ya pequeño, sino mínimo.

Todos hemos oído hablar de la religión de la ciencia, que no es —¡Dios nos libre!— un conjunto de principios y dogmas filosóficos derivados de las conclusiones científicas y que vayan a sustituir a la religión, fantasía que acarician esos pobres cientificistas de que otras veces os he hablado, sino que es el culto religioso a la verdad científica, la sumisión del espíritu ante la verdad objetivamente demostrada, la humildad de corazón para rendirnos a lo que la razón nos demuestre ser verdad, en cualquier orden que fuere y aunque no nos agrade.

Este sentimiento religioso de respeto a la verdad, ni es muy antiguo en el mundo ni lo poseen más los que hacen más alarde de religiosidad. Durante los primeros siglos del cristianismo y en la Edad Media, el fraude piadoso —así se le llama: pia fraus— fue corriente. Bastaba que una cosa se creyese edificante para que se pretendiera hacerla pasar por verdadera. Cabiendo, como cabe, en una cuartilla del tamaño de un papelillo de fumar cuanto los Evangelios dicen de José, el esposo de María, hay quien ha escrito una Vida de San José, patriarca, que ocupa 600 páginas de compacta lectura ¿Qué puede ser su contenido sino declamaciones o piadosos fraudes?

De cuando en cuando recibo escritos, ya de católicos, ya de protestantes —más de éstos, que tienen más espíritu de proselitismo, que de aquéllos— en que se trata de demostrarnos tal o cual cosa conforme a su credo, y en ellos suele resplandecer muy poco el amor a la verdad. Retuercen y violentan textos evangélicos, los interpretan sofísticamente y acumulan argucias nada más que para hacerles decir, no lo que dicen, sino lo que ellos quieren que digan. Y así resulta que esos exegetas tachados de racionalismo —no me refiero, claro está, a los sistemáticos detractores del cristianismo, como Nietzsche, o a los espíritus ligeros que escriben disertaciones tratando de probar que el Cristo no existió, que fue discípulo de Buda, u otra fantasmagoría por el estilo—, esos exegetas han demostrado en su religioso culto a la verdad una religiosidad mucho mayor que sus sistemáticos refutadores y detractores.

Y este amor y respeto a la verdad y este buscar en ella vida, puede ejercerse investigando las verdades que nos parezcan menos pragmáticas.

Ya Platón hacía decir a Sócrates en el Parménides, que quien de joven no se ejercitó en analizar esos principios metafísicos, que el vulgo estima ocupación ociosa y de ociosos, jamás llegará a conseguir verdad alguna que valga. Es decir, traduciendo al lenguaje de hoy ahí, en esa tierra, que los cazadores de pesos que desprecian las macanas jamás sabrán nada que haga la vida más noble, y aunque se redondeen de fortuna tendrán pobrísima el alma, siendo toda su vida unos beocios; y siglos más tarde que Platón, otro espíritu excelso, aunque de un temple distinto al de aquél, el canciller Bacon, escribió que «no se han de estimar inútiles aquellas ciencias que no tienen uso, siempre que agucen y disciplinen el ingenio».

Éste es un sermón que hay que estarlo predicando a diario —y por mí no quedará— en aquellos países, entre aquellas gentes donde florece la sobreestimación a la ingeniería con desdén de otras actividades.

En el vulgo es esto inevitable, pues no juzga sino por los efectos materiales, por lo que le entra por los ojos. Y así, es muy natural que ante el teléfono, el fonógrafo y otros aparatos que le dicen ser invención de Edison —aunque en rigor sólo en parte lo sean de este diestro empresario de invenciones técnicas— se imaginen que el tal Edison es el más sabio y más genial de los físicos hoy existentes e ignoren hasta los nombres de tantos otros que le superan en ciencia. Ellos, los del vulgo, no han visto ningún aparato inventado por Maxwell, verbigracia, y se quedan con su Edison, lo mismo que se quedan creyendo que el fantástico vulgarizador Flammarión es un estupendo astrónomo.

Mal éste que, con el del cientificismo, tiene que ser mayor que en otros en países como ése, formados en gran parte de emigrantes de todos los rincones del mundo que van en busca de fortuna, y cuando la hacen, procuran instruirse de prisa y corriendo, y en países además donde los fuertes y nobles estudios filosóficos no gozan de estimación pública y donde la ciencia pura se supedita a la ingeniería, que es la que ayuda a ganar pesos. Al menos, por lo pronto.

Y digo por lo pronto, porque donde la cultura es compleja, han comprendido todos el valor práctico de la pura especulación y saben cuánta parte cabe a un Kant o un Hégel en los triunfos militares e industriales de la Alemania moderna. Y saben que si cuando Staudt inició la geometría pura o de posición esta rama de la ciencia no pasaba de ser una gimnástica mental, hoy se funda en ella mucha parte del cálculo gráfico que puede ser útil hasta para el tendido de cables.

Pero aparte esta utilidad mediata o a largo plazo que pueden llegar a cobrar los principios científicos que nos aparezcan más abstractos, hay la utilidad inmediata de que su investigación y estudio educa y fortifica la mente mucho mejor que el estudio de las aplicaciones científicas.

Cuando nosotros empezamos a renegar de la ciencia pura, que nunca hemos cultivado de veras —y por eso renegamos de ella— y todo se nos vuelve hablar de estudios prácticos, sin entender bien lo que esto significa, están los pueblos en que más han progresado las aplicaciones científicas escarmentándose del politecnicismo y desconfiando de los practicones. Un mero ingeniero —es decir, un ingeniero sin verdadero espíritu científico, porque los hay que le tienen— puede ser tan útil para trazar una vía férrea como un buen abogado para defender un pleito; pero ni aquél hará avanzar a la ciencia un paso, ni a éste le confiaría yo la reforma de la constitución de un pueblo.

Buscar la vida en la verdad es, pues, buscar en el culto de ésta ennoblecer y elevar nuestra vida espiritual y no convertir a la verdad, que es, y debe ser siempre viva, en un dogma, que suele ser una cosa muerta.

Durante un largo siglo pelearon los hombres, apasionándose, por si el Espíritu Santo procede del Padre solo o procede del Padre y del Hijo a la vez, y fue esa lucha la que dio origen a que en el credo católico se añadiera lo de Filioque, donde dice qui ex Patre Filioque procedit; pero hoy ¿a qué católico le apasiona eso? Preguntadle al católico más piadoso y de mejor buena fe, y buscadlo entre los sacerdotes, por qué el Espíritu Santo ha de proceder del Padre y del Hijo y no sólo del primero, o qué diferencia implica en nuestra conducta moral y religiosa el que creamos una cosa o la otra, dejando a un lado lo de la sumisión a la Iglesia, que así ordena se crea, y veréis lo que os dice. Y es que eso, que fue en un tiempo expresión de un vivo sentimiento religioso a la que en cierto respecto se puede llamar verdad de fe —sin que con esto quiera yo afirmar su verdad objetiva— no es hoy más que un dogma muerto.

Y la condena del actual Papa contra las doctrinas del llamado modernismo, no es más sino porque los modernistas —Loisy, Le Roy, el padre Tyrrell, Murri, etc.— tratan de devolver vida de verdades a dogmas muertos, y el Papa, o mejor dicho sus consejeros —el pobrecito no es capaz de meterse en tales honduras—, prevén, con muy aguda sagacidad, que en cuanto se trate de vivificar los tales dogmas, acaban éstos por morirse del todo. Saben que hay cadáveres que al tratar de insuflarles nueva vida se desharían en polvo.

Y ésta es la principal razón por qué se debe buscar la vida de las verdades todas, y es para que aquellas que parecen serlo y no lo son se nos muestren como en realidad son, como no verdades o verdades aparentes tan sólo. Y lo más opuesto a buscar la vida en la verdad es proscribir el examen y declarar que hay principios intangibles. No hay nada que no deba examinarse. ¡Desgraciada la patria donde no se permite analizar el patriotismo!

Y he aquí cómo se enlazan la verdad en la vida y la vida en la verdad, y es que aquellos que no se atreven a buscar la vida de las que dicen profesar como verdades, jamás viven con verdad en la vida. El creyente que se resiste a examinar los fundamentos de su creencia es un hombre que vive en insinceridad y en mentira. El hombre que no quiere pensar en ciertos problemas eternos, es un embustero y nada más que un embustero. Y así suele ir tanto en los individuos como en los pueblos la superficialidad unida a la insinceridad. Pueblo irreligioso, es decir, pueblo en que los problemas religiosos no interesan a casi nadie —sea cual fuere la solución que se les dé—, es pueblo de embusteros y exhibicionistas, donde lo que importa no es ser, sino parecer ser.

He aquí cómo entiendo lo de la verdad en la vida y la vida en la verdad.

Salamanca, febrero de 1908.
Mi religión y otros ensayos, 1910.

Ensayo «La llama doble» de Octavio Paz

«La llama doble» es un libro de ensayos del escritor mexicano y ganador del Noble de Literatura, Octavio Paz. La obra fue publicada en 1993 y es una exposición magistral sobre el concepto del amor en Occidente, acerca de sus raíces, su historia y los principales elementos que lo caracterizan

Ensayo la «La llama doble» (Fragmentos)

Las mujeres —más exactamente: las patricias— ocupan un lugar destacado en la historia de Roma, lo mismo bajo la República que durante el Imperio. Madres, esposas, hermanas, hijas, amantes: no hay episodio de la historia romana en que no participe alguna mujer al lado del orador, el guerrero, el político o el emperador. Unas fueron heroicas, otras virtuosas y otras infames. En los años finales de la República aparece otra categoría social: la cortesana. No tardó en convertirse en uno de los ejes de la vida mundana y en el objeto de la crónica escanda- losa. Unas y otras, las patricias y las cortesanas, son mujeres libres en los diversos sentidos de la palabra: por su nacimiento, por sus medios y por sus costumbres. Libres, sobre todo, porque en una medida desconocida hasta entonces tienen albedrío para aceptar o rechazar a sus amantes. Son dueñas de su cuerpo y de su alma. Las heroínas de los poemas eróticos y amorosos provienen de las dos clases. A su vez, como en Alejandría, los poetas jóvenes forman grupos que conquistan la notoriedad tanto por sus obras como por sus opiniones, sus costumbres y sus amores. Catulo fue uno de ellos. Sus querellas literarias y sus sátiras no fueron menos sonadas que sus poemas de amor. Murió joven y sus mejores poemas son la confesión de su amor por Lesbia, nombre poético que ocultaba a una patricia célebre por su hermosura, su posición y su vida disoluta (Clodia). Una historia de amor alternativa- mente feliz y desdichada, ingenua y cínica. La unión de los opuestos – el deseo y el despecho, la sensualidad y el odio, el paraíso entrevisto y el infierno vivido —se resuelve en breves poemas de concentrada intensidad. Los modelos de Catulo fueron los poetas alejandrinos, sobre todo Clímaco – famoso en la Antigüedad pero del que no sobreviven sino fragmentos— y Safo. La poesía de Catulo tiene un lugar único en la historia del amor por la concisa y punzante economía con que expresa lo más complejo: la presencia simultánea en la misma conciencia del odio y el amor, el deseo y el desprecio.

La modernidad desacralizó al cuerpo y la publicidad lo ha utilizado como un instrumento de propaganda. Todos los días la televisión nos presenta hermosos cuerpos semidesnudos para anunciar una marca de cerveza, un mueble, un nuevo tipo de automóvil o unas medias de mujer. El capitalismo ha convertido a Eros en un empleado de Mammon. A la degradación de la imagen hay que añadir la servidumbre sexual. La prostitución es ya una vasta red internacional que trafica con todas las razas y todas las edades sin excluir, como todos sabemos, a los niños. Sade había soñado con una sociedad de leyes débiles y pasiones fuertes en donde el único derecho sería al placer, por más cruel y mortífero que fuese. Nunca se imaginó que el comercio suplantaría a la filosofía libertina y que el placer se transforma- ría en un tornillo de la industria. El erotismo se ha transformado en un departamento de la publicidad y en una rama del comercio. En el pasado, la porno- grafía y la prostitución eran actividades artesanales por decirlo así; hoy son parte esencial de la economía de consumo. No me alarma su existencia sino las proporciones que han asumido y el carácter que hoy tienen, a un tiempo mecánico e institucional. Han dejado de ser transgresiones

Ensayos cortos de Rosario Castellanos

Rosario Castellanos (1925-1974) fue una célebre escritora mexicana del siglo pasado. Muchas de sus obras resaltan temas políticos. Es autora de poesías, novelas, cuentos y varios ensayos.
En este artículo, recopilamos tres excelentes ensayos que muestran el estilo incisivo de la autora al momento de plasmar sus argumentos.

Ensayo «»Y las madres, ¿qué opinan?»»

En los últimos años se ha debatido con pasión, con violencia y hasta con razonamientos, el problema del control de la natalidad. Desde el punto de vista religioso, es un delicadísimo asunto que pone en crisis las concepciones ancestrales acerca del respeto incondicional a la vida humana en potencia y que obligaría a la revisión de muchos dogmas morales que rigen nuestra conducta. Los economistas, por su parte, se atienen a las cifras y éstas indican lo que se llama en términos técnicos una explosión demográfica que seguirá una curva ascendente hasta el momento en que ya no haya sitio para nadie más en el planeta ni alimentos suficientes para el exceso de la población. Esta sombría perspectiva no tenemos que imaginarla para darnos cuenta de su gravedad sino que basta con que ampliemos nuestra visión actual de los países en los que la miseria es regla y la opulencia la excepción de la que gozan hasta reventar, unos cuantos; en los que el hambre es el estado crónico de la mayoría; en los que la educación es un privilegio; en los que, en fin, la salud es la lotería con la que resultan agraciados unos cuantos pero que ninguna de las condiciones propician, ninguna institución preserva y ninguna ley asegura.

Los sociólogos ponen el grito en el cielo clamando por un remedio, tanto para lo que ya sucede como para evitar que la catástrofe prevista se consume. Los sicólogos estudian los inconvenientes y las ventajas de las familias numerosas y de las constituidas por los padres y un hijo único. Los políticos calculan de qué manera pesará, en las asambleas mundiales, la voluntad de un país cuando cuenta (o no cuenta) con el brazo ejecutor de una multitud que sobrepasa cuantitativamente, como decía la Biblia, las estrellas de los cielo y a las arenas del mar.

Ensayo «El escritor y su público»

El escritor comprometido mira el mundo que lo circunda y declara, como era de esperarse, que ese mundo está mal hecho; inmediatamente pone manos a la obra para mejorarlo. Enarbola una teoría cualquiera y se convierte en su propagandista. Un libro es un utensilio, una especie de ladrillo que se usa indistintamente para levantar una casa o para ser arrojado como un proyectil contra la cabeza de alguien o de algo.

La literatura comprometida está hecha de pruebas, de alegatos, de refutaciones. Leerla puede no causarnos placer pero nos inclina a asentir o a rechazar. Está cargada, lo mismo que la pornografía, de elementos dinámicos que inducen a la acción. Se dirige no a la capilla cerrada ni al cenáculo de escogidos, sino a la masa entre la que quiere hacer prosélitos.

¿Quién de los dos —el arte purista o el escritor comprometido— está en lo justo? En nuestra opinión, ninguno. Al escoger un aspecto de la creación y descuidar los otros, ambos mutilan sus capacidades, cercenan la realidad expresada y excluyen virtuales interlocutores. Y en el escritor auténtico la plenitud debe ser, si no un logro, por lo menos una constante aspiración.

Ensayo «Sobre cultura femenina»

Existe una cultura femenina? Esta interrogación parece, a primera vista, tan superflua y tan conmovedoramente estúpida como aquella otra que ha dado también origen a varios libros y en la que destacados oficiales de la Armada Británica se preguntan, con toda la seriedad inherente a su cargo, si existe la serpiente marina. La naturaleza de ambos problemas, aparentemente tan desconectados, tiene un lejano parentesco ya que en los dos se examina cuidadosa, rigurosamente, la validez con la que corre, desde tiempos inmemoriales, un rumor. Asimismo, se procede, para dictar el fallo, a la confrontación de los testimonios, ya sean en pro, ya en contra, de las hipótesis afirmativas. Porque hay quienes aseguran- y son siempre lobos de mar con ojos de lince-, haber visto el antedicho ejemplar zoológico, y hasta son capaces de describirlo (aunque estas descripciones no concuerden entre sí ni siquiera resulten verosímiles) de la misma manera que otros aseguran haber presenciado fenómenos en los que se manifesta la aportación de la mujer a la cultura por medio de obras artísticas, investigación científicas, realizaciones éticas.

Ensayos cortos de José Ingenieros

José Ingenieros fue célebre escritor e intelectual argentino (1877-1925) Su libro «Evolución de las ideas argentinas» marcó una influencia en el pensamiento argentino como nación. Ingenieros tuvo una gran influencia también en los estudiantes que habían formado parte de la denominada «Reforma universitaria», del año 1918.
Ingenieros es catalogado como un ensayisa crítico. Sus trabajos abordaron temas sociologicos propios de su época y propuse una serie de cuestionamientos éticos morales en la Argentina de principios dle siglo XX.
En este artículo recopilamos fragmentos de sus más conocidos ensayos

Ensayo «El hombre mediocre»

El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer. Cuando un ideal de perfección impulsa a ser mejores, ese culto de los propios méritos consolida en los hombres la dignidad; cuando el afán de parecer arrastra a cualquier abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad.,

Del amor propio nacen las dos: hermanas por su origen, como Abel y Caín. Y más enemigas que ellos, irreconciliables. Son formas diversas de amor propio. Siguen caminos divergentes. La una florece sobre el orgullo, celo escrupuloso puesto en el respeto de sí mismo; la otra nace de la soberbia, apetito de culminación ante los dermis. El orgullo es una arrogancia originaria por nobles motivos y quiere aquilatar el mérito; la soberbia es una desmedida presunción y busca alargar la sombra. Catecismos y diccionarios han colaborado a la inediocrización moral, subvirtiendo los términos que designan lo eximio y lo vulgar. Donde los padres de la Iglesia decían superbia, como los antiguos, fustigándola, tradujeron los zascandiles orgullo, confundiendo sentimientos distintos. De ahí el equivocar la vanidad con la dignidad, que es su antítesis, y el intento tasar a igual precio los hombres y las sombras, con desmedro de los primeros.

En su forma embrionaria revélase el amor propio como deseo de elogios y temor de censuras: una exagerada sensibilidad a la opinión ajena. En los caracteres conformados a la rutina y a los prejuicios corrientes, el deseo de brillar en su medio y el juicio que sugieren al pequeño grupo que los rodea, son estímulos para la acción. La simple circunstancia de vivir arrebañados predispone a perseguir la aquiescencia ajena; la estima propia es favorecida por el contraste o la comparación con los demás. Trátase hasta aquí de un sentimiento normal.

Pero los caminos divergen. En los dignos el propio juicio antepónese a la aprobación ajena; en los mediocres se postergan los méritos y se cultiva la sombra. Los primeros viven para sí; los segundos vegetan para los otros. Si el hombre no viviera en sociedad, el amor propio sería dignidad en todos; viviendo en grupos, lo es solamente en los caracteres firmes.

Ciertas preocupaciones, reinantes en las mediocracias, exaltan a los domésticos. El brillo de la gloria sobre las frentes elegidas deslumbra a los ineptos, como el hartazgo del rico encela al miserable. El elogio del mérito es un estímulo para su simulación. Obsesionados por el éxito, e incapaces de soñar la gloria, muchos impotentes se envanecen de méritos ilusorios y virtudes secretas que los demás no reconocen; créense actores de la comedia humana; entran en la vida construyéndose un escenario, grande o pequeño, bajo o culminante, sombrío o luminoso; viven con perpetua preocupación del juicio ajeno sobre su sombra. Consumen su existencia sedientos de distinguirse en su órbita, de preocupar a su mundo, de cultivar la atención ajena por cualquier medio y de cualquier manera. La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del escolar que persigue diez puntos en los exámenes, la del político que sueña verse aclamado ministro o presidente, la del novelista que aspira a ediciones de cien mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos.

Ensayo «Las fueras morales»

En el perpetuo fluir del universo, nada es y todo deviene, como anunció el oscuro Heráclito efesio.
Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento: la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan corazones y fecundan los ingenios. Dan elocuencia al apóstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, el utopista que persigue una perfección ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden el que pretende en vano desoírlo

Ensayos cortos de Rafael Barret

Rafael Barret (1876-1910) fue un escritor español que vivió la mayor parte de su vida en Paraguay. Su obra, en efecto, se caracteriza por una cuidadosa observación de la realidad paraguaya en variados aspectos.
Es conocido por sus cuentas y por sus ensayos, estos últimos de gran contenido filosófico. Es considerado una figura destacada de la literatura de ese país de principios del siglo XX

Ensayo «El Dolor Paraguayo»

Parece que la policía paraguaya aplica el tormento. En esto imita a los más civilizados países, y respeta una venerable tradición. Desde tiempo inmemorial los fuertes enjaulan a los débiles, y les rompen las articulaciones; o les asan a fuego lento, o les desuellan vivos. El arte de hacer sufrir es complicado y solemne. Octavio Mirbeau ha consagrado uno de sus mejores libros al estudio de la tortura china; nos ha dejado, en doscientas páginas, una elegante síntesis de la humanidad.

El escuadrón de seguridad asunceno es un escuadrón de hombres fuertes. Creo que se llama de seguridad porque ellos son los únicos que están seguros. Mr. Jacks es en cambio el tipo del hombre débil. No tiene dinero ni armas. Si bebe, está perdido; nadie se puede ya emborrachar con sosiego como no sea en los salones. Si Mr. Jacks se pasea sin hacer nada, está perdido; hoy no se permite la ociosidad más que a los ricos y a los altos funcionarios. Los fuertes, enjaularon pues al débil, y le atormentaron.

Difícil es indignarse contra ellos. Repiten el gesto primitivo; el gesto eterno, común a débiles y fuertes de cocear y morder y estrangular y aplastar al prójimo. Con la civilización, sin embargo, el gesto se hace menos impulsivo, y la crueldad más científica. La cuestión, o pregunta, según denominaban los franceses al tormento judicial, requería un material delicado y numeroso. Desde las cuñitas de madera dura destinadas a hundirse entre uña y carne, y los borceguíes cinchados que trituraban lentamente los huesos del pié, y los torniquetes y garrotes hasta el gran juego de quemaduras con plomo derretido y aceite hirviendo, y las tenazas cranianas con tornillos, y los ataúdes verticales forrados de largas púas de acero, la justicio exigía un verdadero laboratorio del dolor. El cepo colombiano, el sable, el mboreví son aparatos sencillos, de poco precio. Montjuich estaba mejor surtido. Había allí una maquinita especial para emascular a los sospechosos de anarquismo.

La tortura ha desaparecido del código. Cosa diferente es que desaparezca de las costumbres. Se ha notado, no obstante, que ciertos espectáculos sangrientos que soportaba el publico dos o tres siglos ha no se soportan ahora. Existe, por ejemplo, una innegable tendencia a suprimir la pena de muerte. Un psicólogo contemporáneo atribuye el fenómeno a qué la sensibilidad de las gentes, quizá por decadencia racial, se ha vuelto demasiado floja, susceptible, irritable; todo la desconcierta, la hiere, le resulta excesivo. Algunos se mantienen erguidos y austeros; así el sabio Balmes, obligado por la sotana a defender el infierno, lo justifica sobre la tierra mediante la célebre doctrina de la expiación. “El que infringe la ley moral, dice, merece sufrir”. El sistema inquisitorial entero se encierra en esa frase. Pero los Balmes, los Trepoff, los Weyler, no abundan tanto como antes. Se extiende por el mundo una relativa y aparente benignidad. Sería candidez explicarla por un aumento de virtud, por una aurora de altruismo. No: la ferocidad social es más metódica, secreta, mezquina y cobarde. He ahí todo. Si hablaran, si se quejaran, durante solo un día, sobre la redondez del globo, los reclutas abofeteados, los obreros tratados a puntapiés, los sirvientes insultados y hambrientos, los vagabundos apedreados, los solicitantes despedidos a carcajadas, las prostitutas a quienes escupe el transeunte, los niños martirizados y los presos azotados a lo Mr. Jacks, tal vez una ola de sagrada ira despertase entre nosotros a un Cristo nuevo. La desesperación está desmenuzada y escondida, más no por eso disminuye su espantoso total. En lugar de los autos de té, celebrados en las plazas de las ciudades, a la luz del sol, torturamos sin asesinarlos por completo, en la oscuridad vil de un calabozo, a infelices amordazados. ¿Hemos ganado mucho?

Ensayo: El valor

La lucha inacabable con la naturaleza ha cambiado de forma.

No son ahora los tiempos en que la noche era terror; el día, caza; en que no había otro problema que el de comer y no ser comido. Sin más refugio que un agujero entre las rocas, sin haber conquistado aún el cortante sílex que se ata a un palo y la llama que hace retroceder las tinieblas donde cuchichea la muerte, el hombre combatía cuerpo a cuerpo con la realidad. Eran sus uñas, sus dientes, sus músculos, sus fundamentales instintos los que se adherían desesperadamente a la vida. Había que salvar a la humanidad de las fauces del tigre y del abrazo del oso. Había que ser astuto; había, sobre todo, que ser feroz.

Pero después la inteligencia, en una inexplicable crisis, creció monstruosamente, y desbordó de los sentidos. Incapaces de seguirla y de servirla, la inteligencia prescindió bien pronto de ellos, y se fue fabricando los delicados o colosales órganos que necesitaba: las máquinas. Y hoy vemos lo invisible, estrellas perdidas en el fondo de los espacios y microbios que viven a millones en una gota de sangre; palpamos casi las moléculas y el éter, apreciamos las más imperceptibles vibraciones y las más formidables magnitudes; escuchamos, a centenares de kilómetros, el susurrar de una voz. Nuestro aliento ruge en las calderas o clama con la dinamita; nuestros músculos de metal aplastan las rocas; nuestras uñas y nuestros dientes abren las montañas; nuestros nervios son una red de alambres que aprisiona la tierra. La eterna batalla no es ya un episodio cruel de la historia de las especies, sino un designio del universo; no es ya una tentativa, es una verdad que marcha con la majestad de un poema; no está hecha ya de incertidumbre y de ferocidad, sino de pensamiento y de valor.

Es preciso tener valor. Doblemente es preciso, porque antes de encontrar la naturaleza hay que encontrar a los hombres; antes de herir y fecundar la realidad sombría hay que herir y fecundar los cerebros entenebrecidos de nuestros hermanos los brutales, de nuestros hermanos los supersticiosos, de nuestros hermanos malvados y débiles. Hay que lanzar las ideas nuevas contra las ideas viejas; hay que conspirar contra el pasado, y barrer los fantasmas. Estamos en camino. El mal persiste siempre detrás de nosotros, como una manada de lobos que aúllan. Detenerse es morir.

El genio no es nada sin el carácter. Si somos cobardes, nuestras ideas lo serán también, y no se atreverán a dejar su rincón oscuro para salir a la luz. Es necesario no proponerlas, sino imponerlas. Sólo resiste a la fuerza lo que la fuerza construye. Como la gran mayoría de los hombres no conoce ni teme más que la fuerza, aceptarán el bien cuando no haya otro remedio. Por eso, lo primero es ser fuertes. Se persuade con los puños, y se defiende la verdad con la punta de la espada.

Los grandes depósitos de energía humana, dinero, dictadura social, masas de obreros y de soldados, está en poder de la estupidez, la crueldad y la avaricia. Nunca ha sido más indispensable el valor que ahora. Sabemos el punto exacto que hay que atacar. Sabemos dónde está la ruta, y por qué sitio del horizonte vendrá el sol. Sabemos que un puñado de espíritus superiores, prisioneros de la inmensa mole esclavizada, son lo único que hace avanzar el mundo. Comprendemos que mientras no les pertenezca el poder político la humanidad no será libre, y sentimos que esa suprema obra exige toda nuestra inteligencia y todo nuestro valor.

Se rechaza el consejo del pacífico sabio, y se acata la orden de un imbécil con el sable al cinto. Afirmemos valientemente nuestra convicción, y no nos dejemos amordazar. El silencio siempre es cómplice. No seamos humildes, no prostituyamos la razón, que nos hace sagrados. La palabra del profeta debe estallar como un trueno. Disciplinemos nuestro organismo, hagámonos amantes de la obstinada lucha. Las ideas, flechas sublimes, se forjan en el reposo, pero es la voluntad la que tiende el arco.

Ensayo «El Pombero»

Pombero, es decir, espía. Es el hijo de la noche, el merodeador incansable, devorado por una curiosidad terrible. ¿Qué busca? ¿Qué reclama? ¿Algún tesoro por sus abuelos perdidos? ¿Alguna visión de ensueño, desvanecida en su entendimiento brumoso?

Espíritus timoratos se figuran que tiene payé para hacerse invisible, para pasar por el ojo de la llave y acariciar impunemente a las vírgenes dormidas. Pero esto es un error; el poder del pombero no llega a tanto. Huye entre las zarzas con la velocidad de una liebre; los perros no consiguen alcanzarle y cuando gana la espesura del bosque no hay quien lo rastree. Las sombras nocturnas y el vigor de sus piernas le permiten vivir oculto. No es invisible; varias personas le han visto.

Es pequeño, robusto, cobrizo. Marcha en dos pies y corre en cuatro. Los tiene velludos y camina silenciosamente. Su áspera y desgreñada melena le cae sobre los ojos brillantes, llenos de timidez y de malicia. Va desnudo. Si no fuera por su mirada inteligente, se le creería un animal, el animal más parecido al hombre.

Cuando el sol desaparece, abandona él los escondrijos del monte y se arrastra, soñador y horrible, amigo de los sapos y de las estrellas, hacia las luces de los blancos, hacia las ventanas peligrosas junto a las cuales se empina lentamente, para mirar el espectáculo maravilloso y hostil de nuestra civilización y de pronto allí escondido, le asalta la diabólica idea de asustar, de inquietar a los poderosos invasores que le obsesionan y entre los cuales, protegido por los árboles hermanos, se sostiene a fuerza caen, suelta un vago silbido, susurro, gemido, gorjeo. Imita a las aves, los insectos y los reptiles con inaudita perfección. Si no le oyen, repite su rumor, cada vez más alto, hasta que nota que a través de los cristales, las mujeres se callan y escuchan temerosas y balbucean su nombre. Entonces, estremecido de miedo y de alegría, abre la bocaza en una larga carcajada muda…

Si le molestáis, y hacéis de él un enemigo, devastará vuestro jardín y vuestra huerta, robará vuestras gallinas, destrancará vuestro corral para que se disperse vuestra hacienda y desatará vuestros caballos para que se extravíen. Pero lograréis atraer la benevolencia del pombero si dejáis olvidado en su camino ese tabaco brasilero, trenzado, que hace sus delicias. También le gustan los huevos. Guardaos de faltarle. Él os corresponderá obsequiándoos con frutos, extrañas flores y pieles de bestias lindas. Si viajáis de noche y echáis pie a tierra, no os preocupéis de vuestra montura. El pombero la cuidará fielmente.

Su pensamiento fijo, el motivo verdadero de sus misteriosas expediciones, es pisar los pasos a las mujeres encintas, acechar los partos… La ilusión sempiterna, el proyecto magno del pombero es robar un niño blanco recién nacido y hacer de él, para su tribu, un rey invencible que recobre las fecundas llanuras y los magníficos ríos que cayeron en manos de la pálida raza irresistible. El niño blanco criado entre la salvaje maleza, crecerá, salvará a los humildes expoliados; hará justicia, mesías de los negros. Mas lo que el pombero ignora, pequeño monstruo errante, fantasma de sus propias ruinas, es que también los blancos, desposeídos de su trozo de naturaleza, sufren como él y como él esperan el mesías prometido.

Ensayo sobre el amor verdadero

El texto a continuación es un ensayo literario sobre el amor verdadero. Se trata de una reflexión personal y argumentaba sobre un tema siempre actual. Recordemos que el ensayo escrito es tipo de redacción que siempre tiene a la voz característica de su autor como la principal manera de atrapar al lector. Se recomienda la lectura que habla del concepto y las características del ensayo literario.

Un breve ensayo sobre el amor verdadero.

Quizá no haya otra palabra más ambigua a lo largo de la historia de la humanidad que el término «amor». Aristófanes afirmaba que el amor era el sentimiento humano más poderoso y que nada se comparaba el poder sentirlo.

Los griegos diferenciaban el amor erótico carnal del amor sublime y espiritual. ¿Qué tipo de amor es el verdadero? Quizá lo correcto sea unificar y hablar no de diferentes tipos de amor, sino, sobre sus diversas facetas o dimensiones.

En este aspecto, conviene hablar desde un punto de vista psicologico para llegar al concepto de «amor verdadero». El especialista Walter Riso, especialista en tratar temas del amor de pareja en sus libros, nos habla de un amor «sano» el cual debe reunir los siguientes tres requisitos: “Es aquel que integra tres aspectos. El eros, que viene de la tradición griega, que es el deseo, las ganas del otro. La filia, que viene de la tradición griega, que significa amistad, ser compinches, tener proyectos comunes, no tener que explicarle el chiste a la persona que amas, porque entonces ya vas mal. El tercer elemento es el ágape, que viene de una tradición judeo-cristiana, que tiene que ver con el cuidado con el otro, la compasión del otro, que el dolor del otro te duela, la no violencia. Esos tres elementos configuran lo que llamamos un amor saludable: deseo, amistad, ternura y compasión, y tienen que estar siempre al servicio del crecimiento personal, es decir, que ningún tipo de amor afecte tu dignidad personal o tus derechos humanos. Que tus principios se puedan mantener intactos. Un amor es sano cuando tiene esos dos elementos y cuando puedes amar con dignidad, sin renunciar a lo que eres”.

La influencia masiva de los medios que crean un concepto ideal del amor. Películas, canciones, poemas, y otras expresiones artísticas que pintan un amor de princesas y principes, aunque no lo parezca en estos tiempos modernos y de globalización, aun están muy presentes en el dia a dia y por sobre todo, a nivel de conciencia colectiva.

Existen estereotipos aun muy ligadas en cada pueblo que configurar la manera en que visualizamos el amor de pareja. Y esa seudo realidad muchas no ayuda a crear relaciones estables.

Por ejemplo, una de las películas más taquilleras de los últimos años, ha sido la conocida trilogía «Cincuenta sombras de Grey». No se trata de aqui de realizar una critica al libro o a la película, sino de analizar el porqué ha tenido tanto existo en el publico, en el especial, en el público femenino adolescente.

La historia narra la turbulenta relación que empieza a darse entre un hombre poderoso, millonario y una chica trabajadora, de principios y valores firmes, pero sin poder económico. El «principe» queda prendido de ella y hará de todo para conquistarla, pero tambien pondrá sus particulares condiciones sexuales.

¿Hubiera tenido esta historia igual de existe, si los papeles fueran invertidos? Quizá no.

Grey representa represente el tradicional papel del hombre fuerte y poderoso que viene rescatar a una dama indefensa. Adaptaciones como estas no ayudan a crear un concepto real y humano del amor.

El amor verdadero es una construcción continua en base a la paciencia y el respeto por el otro, en donde ninguno es superior. La relación se debe mantener en un sano equilibrio.

Si una de las partes se desborda, es como depositar todo el peso de la relación en una sola parte. Y ningún bote lo aguantará mucho tiempo y terminará hundiendose.

 

Biografía corta de Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges, (nacido el 24 de agosto de 1899, Buenos Aires, Argentina, murió el 14 de junio de 1986, Ginebra, Suiza), poeta, ensayista y cuentista argentino, cuyas obras se han convertido en clásicos de la literatura mundial del siglo XX.

Vida
Borges fue criado en el entonces lamentable barrio de Palermo de Buenos Aires, escenario de algunas de sus obras. Su familia, que había sido notable en la historia argentina, incluía ancestros británicos, y aprendió inglés antes que español. Los primeros libros que leyó, de la biblioteca de su padre, un hombre de intelecto amplio que enseñaba en una escuela de inglés, incluyeron Las aventuras de Huckleberry Finn, las novelas de HG Wells, Las mil y una noches y Don Quijote. , todo en inglés. Bajo el constante estímulo y el ejemplo de su padre, el joven Borges, desde sus primeros años, reconoció que estaba destinado a una carrera literaria.

En 1914, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, su familia llevó a Borges a Ginebra, donde aprendió francés y alemán y recibió su B.A. del Collège de Genève. Saliendo de allí en 1919, la familia pasó un año en Mallorca y un año en la España peninsular, donde Borges se unió a los jóvenes escritores del movimiento Ultraísta, un grupo que se rebeló contra lo que consideraba la decadencia de los escritores establecidos de la Generación de 1898.

Al regresar a Buenos Aires en 1921, Borges redescubrió su ciudad natal y comenzó a cantar sobre su belleza en poemas que reconstruyeron imaginativamente su pasado y presente. Su primer libro publicado fue un volumen de poemas, Fervor de Buenos Aires, poemas (1923; «Fervor de Buenos Aires, Poemas»). También se le atribuye el establecimiento del movimiento Ultraist en América del Sur, aunque luego lo repudió. Este período de su carrera, que incluyó la autoría de varios volúmenes de ensayos y poemas y la fundación de tres revistas literarias, terminó con una biografía, Evaristo Carriego (1930; Ing. Trans. Evaristo Carriego: Un libro sobre el viejo Buenos Aires )

Durante su siguiente fase, Borges gradualmente superó su timidez al crear ficción pura. Al principio prefirió volver a contar las vidas de hombres más o menos infames, como en los bocetos de su Historia universal de la infamia (Historia Universal de la Infamia, 1935). Para ganarse la vida, ocupó un cargo importante en 1938 en una biblioteca de Buenos Aires llamada así por uno de sus antepasados. Permaneció allí durante nueve años infelices.

En 1938, el año en que murió su padre, Borges sufrió una grave herida en la cabeza y posterior envenenamiento de la sangre, que lo dejó cerca de la muerte, sin habla y temiendo por su cordura. Esta experiencia parece haber liberado en él las fuerzas más profundas de la creación. En los siguientes ocho años produjo sus mejores historias fantásticas, las recopiladas más tarde en Ficciones (1944, revisada en 1956, «Ficciones», Eng. Trans. Ficciones) y el volumen de traducciones al inglés titulado The Aleph and Other Stories, 1933-1969 ( 1970). Durante este tiempo, él y otro escritor, Adolfo Bioy Casares, escribieron conjuntamente historias de detectives bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq (combinando los nombres ancestrales de las familias de los dos escritores), que se publicaron en 1942 como Seis problemas para Don Isidro Parodi (Seis Problemas para Don Isidro Parodi). Las obras de este período revelaron por primera vez el mundo de ensueño de Borges, una versión irónica o paradójica del real, con su propio lenguaje y sistemas de símbolos.

Cuando Juan Perón llegó al poder en 1946, Borges fue destituido de su puesto en la biblioteca por haber expresado su apoyo a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Con la ayuda de amigos, se ganó la vida dando conferencias, editando y escribiendo. Una colección de ensayos de 1952, Otras inquisiciones (1937-1952) (Otras inquisiciones, 1937-1952), lo reveló en su mejor análisis. Cuando Perón fue depuesto en 1955, Borges se convirtió en director de la biblioteca nacional, en una posición honorífica, y también profesor de literatura inglesa y americana en la Universidad de Buenos Aires. En ese momento, Borges sufría de ceguera total, una aflicción hereditaria que también había atacado a su padre y había disminuido progresivamente su propia visión a partir de la década de 1920 en adelante. Le obligó a abandonar la redacción de textos largos y comenzar a dictar a su madre o secretarios o amigos.

Las obras que datan de este período tardío, como El hacedor (1960; «The Doer», Eng. Trans. Dreamtigers) y El libro de los seres imaginarios (1967; The Book of Imaginary Beings), casi borran las distinciones entre el géneros de prosa y poesía. Sus últimas colecciones de historias incluyen El informe de Brodie (1970; El informe del doctor Brodie), que trata de venganza, asesinato y horror, y El libro de arena (1975; El libro de arena), ambas son alegorías que combinan la simplicidad de un narrador de historias con la visión compleja de un hombre que ha explorado los laberintos de su propio ser hasta su núcleo.

Legado
Después de 1961, cuando él y Samuel Beckett compartieron el Premio Formentor, un premio internacional otorgado por manuscritos inéditos, los cuentos y poemas de Borges fueron cada vez más aclamados como clásicos de la literatura mundial del siglo XX. Antes de ese momento, Borges era poco conocido, incluso en su Buenos Aires natal, excepto para otros escritores, muchos de los cuales lo consideraban simplemente como un artesano de ingeniosas técnicas y trucos. En el momento de su muerte, el mundo de pesadilla de sus «ficciones» había llegado a ser comparado con el mundo de Franz Kafka y ser alabado por concentrar el lenguaje común en su forma más duradera. A través de su trabajo, la literatura latinoamericana emergió del ámbito académico al reino de lectores generalmente educados.

Ensayo literario sobre el destino. Ortografia.com.es

El siguiente texto es un ensayo literario sobre el tema del destino. El ensayo es siempre un género personal ya que expresa un pensamiento propio y en forma libre sobre un asunto determinado. En este caso, se reflexiona acerca de si existe o no el concepto del destino.

¿Qué es el destino? Reflexiones y algunas ideas básicas

El concepto de destino es variado. El diccionario de la Real Academia Española contiene siete definiciones del término.   Básicamente, se lo entiende como una circunstancia que se da de forma misteriosa, pero a la vez necesaria. Y esa circunstancia es a veces favorable o desfavorable.

También se entiende al destino como un transitar por un determinado camino. O también, la meta misma.

¿Qué de verdad, es el destino?  Albert Einstein decia que tendremos el destino que nos habremos merecido, dando a entender justamente el significado del término como una meta o el «final del camino»

El destino, para los que lo afirman en el sentido de un suceso que no se puede evitar, limita la libertad del ser humano. Es decir, se opone el concepto del libre albedrío. ¿Qué implica esto en realidad en la vida de una persona, considerando que existe un destino que guía nuestras vidas? Implicaría que, por más que nos sintamos capaces y responsables de tomar decisiones que orienten nuestro accionar a lo largo de nuestra existencia, sin embargo, solo estamos realizando lo que ya se estableció por ese misterioso destino y no estamos siendo libres de verdad. Somos esclavos del destino.

En otras palabras, admitir la existencia del destino es lo mismo que admitir que el azar no existe. Todo lo que existe tendría una causa, que seria todo parte una especie de plan, que aunque no sea entendible, es plan seria «irreversible»

Muchas veces, en nuestro día a día suceden acontecimientos que nos parecen llamativos o hasta increíbles, coincidencias que creíamos imposibles y que sin embargo, en un determinado momento, que generalmente no esperábamos, sucede. Y nos quedamos sorprendidos porque el entendimiento no logra captar el porqué ha sucedo tal o cual hecho en nuestra vida.

Se podría afirmar entonces que surge el concepto del destino ante un suceso extraordinario por sus características insólitas, que le atribuimos un valor sobrenatural, una especie de fuerza desconocida que nos ha guiado a través de un camino.

¿Es acaso el destino quien guía mi vida? En este ensayo no es mi intención responder a esa pregunta. Creo que cada uno puede responderlo de la mejor manera y que es de la manera en que elegimos vivir la vida.

Exista o no el destino o el azar. Lo que si existe es nuestra conciencia. Y nuestra conciencia, nuestra razón, nuestro pensar nos lleva a tomar decisiones. Y las decisiones conducen nuestras acciones.

Siempre podemos elegir. De hecho, elegimos un estilo de vida, cada día. Desde que nos levantamos, hasta que termina el día.

La vida esta plagada de decisiones que debemos tomar. Y la tomamos convincentemente, aunque el destino esté a nuestro  favor o esté en contra.

Quizá por eso es célebre la frase de Antonio Machado «Caminante no hay camino, se hace camino al andar»

Al caminar, construimos nuestro destino, dia tras día, paso a paso.