Un ensayo literario es la forma más libre en que el escritor transmite sus pensamientos. El adjetivo «literario» implica que se concede especial importancia a lo bello del estilo en que se expresa el ensayista al transmitir sus pensamientos.
El célebre escritor Alfonso Reyes definió al ensayo en los siguientes términos: «centauro de los géneros”, donde, “hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera”.
Para saber más, se recomienda la lectura sobre la estructura de los ensayos literarios.
Estas son las principales características del ensayo literario.
- La redacción implica el uso de un vocabulario complejo: No necesariamente significa que el autor se esfuerza por utilizar un lenguaje enrevesado y por tanto difícil de entender para un gran público. Sin embargo, la utilización de un vocabulario rico y variado puede ayudar a clarificar mejor las ideas que se desean plasmar en los argumentos.
Ejemplo:
Individualmente considerada, la mediocridad podrá definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Ésta ofrece a todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades; basta reunir cien hombres para que ellos coincidan en lo impersonal: «Juntad mil genios en un Concilio y tendréis el alma de un mediocre». Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no pertenece a él mismo y que, al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las opiniones colectivas.
Fragmento de El hombre mediocre, de José Ingenieros.
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Como todo ensayo, está sostenido en argumentos claros y coherentes
Los argumentos constituyen los pilares del ensayo. Es la herramienta con la que el autor cuenta para construir su propia visión de un tema.
- Se tiene especial atención a la parte estilística. La finalidad no es únicamente expresar un pensamiento, sino la manera de hacerlo.
- La extensión variable. La cantidad de páginas de ensayo depende de su autor. En el ámbito escolar es común que los alumnos elaboren breves ensayos de una o dos páginas.
- Libertad. El ensayo es el género más libre en los escritos de no ficción- No está ceñido a una estructura de redacción. Si bien depende del ensayista, por ejemplo, incluir o no referencias bibliográficas, no es algo a lo que está obligado. El ensayo es un escrito personal ante todo.
Ensayo literario, ensayo académico, ensayo científico, ensayo filosófico.
El término ensayo puede ser confuso en ocasiones ya que, con frecuencia, lo hemos empleado seguido de algún adjetivo.
Sin embargo, hay que recordar que el ensayo es un único género, personal y argumentativo.
Los adjetivos como explicativo, académico, o literario, sirven más bien para dar una idea del contexto o del tono que un determinado ensayista tratará en su obra.
La expresión, por ejemplo, de ensayo académico, claramente hace alusión a que trata de un trabajo propio del aula, sea en la secundaria o a nivel universitario.
Ensayo de Rafael Barret, «El azar»
El azar llenaba el espacio infinito y la eternidad del pasado cuando el hombre apareció: un punto, punto de fuego que no se apagó nunca, ojo que nunca pudo ser cegado. Allí concluía la libertad sin forma del caos, y empezaba la extraña libertad del hombre. Y el hombre construyó su nido; sobre el ojo, la frente; el punto fue una llama minúscula que ardía en medio de lo inmenso; imperceptiblemente retrocedió el azar. Y el nido se ensanchó, y el azar siguió retrocediendo.
La llama vacilante y central iluminaba débilmente masas oscuras, que galopaban en el vacío, siempre enormes y diferentes, monstruos, que caían al precipicio inacabable. La llama persistía. El hombre prolongaba a lo desconocido la constancia de su genio y la identidad de su especie. Semejante a sí mismo, crecía. Lo inerte temblaba a su voz, y se alzaba hacia él. Los delirios desbocados y negros se inclinaban y torcían y deseaban girar en torno de él. En verdad, era el centro. Las rocas se juntaron para abrigarle; las simientes por su mano lanzadas, fructificaron, sus ideas buscaron lo invisible, y los moles sin medida se estremecían en su carrera al cortar los hilos de luz tendidos por el hombre.
Y los pies del hombre hicieron redonda a la tierra, y su mente organizó el firmamento. Los astros obedecieron a la geometría. Los siglos innumerables agitaron sus limpios, y ordenaron sus osamentas en los archivos del globo. El deseo del hombre engendró por fin cosas futuras, y el azar huyó detrás de las estrellas.
Y al huir dejó rastros entre nosotros, brumas, pozos, filamentos siniestros, estelas amenazadoras, errantes vientos, tempestades, catástrofes inesperadas, rápidas traiciones como zarpazos de tigre, la vida, donde hay tanta incertidumbre, y la muerte, donde hay más incertidumbre aún. Pero la muerte misma, que detiene a cada hombre sin detener a la humanidad, no es completamente inaccesible; la hacemos esperar, impacientarse; se la llama; se la violenta, se la mira de frente. El azar que resta no es puro azar; está amasado con nuestro espíritu triunfante. Y siempre queda, para toda conciencia y dentro de sí propia, el refugio supremo, la cima donde nada alcanza, y donde el hombre se siente invulnerable.
Y así como el hombre tiene la virtud vital de perseguir y pulverizar y disolver y aniquilar, el azar que todavía subsiste, y que por numeroso y formidable que parezca no es más que un residuo, tiene también el poder suicida de hacerlo tomar entero y de un golpe, de condensarlo dos veces tenebroso, entre los dedos trémulos del jugador. Basta un gesto para cavar un microscópico Maelstrom capaz de tragarse familias y pueblos. Basta un instante de locura o de cobardía para abrir a nuestro lado un estrecho abismo sin fondo, y para que el universo agujereado pierda su sangre luminosa, y se hunda en la absoluta noche. Baraja, ruleta, trivialidades que encierran el enigma devorador, y ante las cuales el hombre se anula más eficazmente que muriendo, porque la muerte no es azar sino a medias. El que logró señalar su rumbo fantástico a los cometas, se convierte en un espectro inútil, en un testigo idiota y mudo, en la nada. Sobre él, cae el infortunio y el desamparo fundamentales. Así los jugadores se entregan al fatal Océano cuyas orillas han suprimido, y no tienen otro recurso que sortearse para comerse entre sí. En cuanto nuestra razón se retira, el azar avanza, empujado por la presión de los lejanos y colosales depósitos.
Pero entra el tahúr, y se sienta a la mesa de juego, entre los fantasmas esclavos. Valido de la trampa sutil, corrige y guía a la estúpida casualidad. Es el piloto. Ante él huye de nuevo el azar detrás de las estrellas. Ante él la luz renace. En él la humanidad soberana reaparece.